Wednesday, April 18, 2012


Qué es realmente el matoneo?


Reconocer le matoneo como una problemática de índole no solo educativa sino también social, constituye uno de los retos profesionales e institucionales de quienes bogamos por la prevención en salud mental  de nuestros niños(1) y jóvenes, como de padres y formadores.  El matoneo (“bullying”) como concepto protagonista de diversos discursos en el ámbito educativo, ha generado en las últimas décadas una necesaria revisión de las políticas y estrategias de convivencia  en colegios y universidades.  En muchos sentidos, representa uno de los parámetros decisivos en el bienestar de niños y adolescentes cuyos procesos de socialización y en muchos casos, su solidez y estabilidad emocional, dependen de dichas iniciativas.

El matoneo como expresión de conflictos psíquicos, cautiva nuestro interés en cuanto refleja no solo un suceso de índole social, sino a su vez  la complejidad de la estructura psicológica subyacente en sus protagonistas.

El matón, muchas veces visto por el grupo como un líder fuerte, encarna realmente la fragilidad de su personalidad, el temor inconsciente a sentirse menospreciado y la dependencia en la necesidad de agredir y humillar física y/o psicológicamente, buscando que  otros sufran su propia inseguridad y baja autoestima.  Con frecuencia quien necesita de esta defensa, ha sido  él mismo víctima de la falta de  contención, cariño, entendimiento.  Con ello, me refiero a que detrás de un niño matón hay un adulto, una comunidad, una institución, que se han encargado de transmitir inseguridad, presión, desaprobación, intolerancia y la necesidad  de nutrirse internamente a través de la desvalorización del otro. No es así de extrañar que sean los mismos adultos quienes se encargan de gestar el matoneo en una crianza de desapego, desaprobación, intolerancia, exigencia desmedida y autoritarismo desde la primera infancia y en adelante.

Por su lado, quien es matoneado y no encuentra en sí mismo las herramientas para ignorar  los atropellos o para defenderse en forma efectiva y no violenta, se siente aislado e indefenso, es vulnerado constantemente y su autonomía y capacidad de juicio y de valoración propia, son destrozados por la agresión que no cesa.  Este proceso retroalimenta al agresor haciéndolo sentir victorioso día tras día. Una de las características del matoneo es precisamente cómo se prolonga en el tiempo y cómo logra generar una estructura rígida de la que difícilmente salen ilesos  ni quien matonea, ni quien es matoneado. 

De no recibir ayuda psicológica, el matón se convertirá en un adulto cuyas relaciones afectivas y personales estarán determinadas por el imperativo de saciar su vacío interior a costa de someter a través de la agresión, de la desaprobación y  la humillación.  Podría convertirse en un padre o madre demandantes de reconocimiento, con la necesidad de imponer, amenazar, desaprobar y desvalorizar.    Por su lado, quien es matoneado y no recibe ayuda del mundo adulto competente y cariñoso para fortalecerse y para defender sus derechos y su protección, entrará al mundo adulto o bien lleno de rabia no resuelta y dispuesto a cobrar venganza identificándose con quien lo agredió, o a buscar inconscientemente relaciones que lo maltratan, que lo hagan pasivo y  otra víctima silenciosa, cómplice de la violencia social.

Parte de la encarnación del matoneo está en la envidia como precursor de la intolerancia del matón a tolerar y valorar a quien tiene lo que él nunca tendrá.  Se convierten en personas riesgosas  quien  éste necesita agredir, aquellas que recuerdan en él su vacío, su desapego, su minusvalía y su fragilidad.  No es de extrañar que aquellos que son diferentes en su aspecto físico o en sus posturas o intereses, sean blanco perfecto para el matoneo.  La diferencia es el mayor detonante para quien busca agredir, pues asegura así una audiencia que nutra su sutil  exhibicionismo y que dentro del marco del temor que genera en el grupo, reciba un apoyo incondicional.  La tolerancia a la diferencia como valor fundamental de convivencia y de gestación de comunidad, se convierte pues en la columna vertebral de los proyectos que tienen como objetivo proteger y formar a niños y adolescentes.  Es imperativo que las instituciones educativas y los padres promulguen y trabajen sobre parámetros de convivencia que enmarquen la diferencia como una de las herramientas esenciales de prevención al maltrato y el matoneo.   Afortunadamente muchos de los nuevos paradigmas educativos han hecho consciente este hecho generando en las comunidades  procederes que buscan la regulación y el entendimiento de su significado detrás de una problemática social de envergadura a nivel mundial. 

En otros casos más desafortunados, éstas políticas son pobres o bien, inexistentes.  El adulto ignora el drama detrás del matoneo y lo interpreta como simples peleas de niños.  Se tiende a avalar y a elogiar el carácter duro, fuerte, competitivo y de liderazgo del matón.  Se siente lástima por el matoneado y en la mayoría casos las remisiones a salud mental, son de la víctima y no del victimario. Hemos sido testigos de agresiones masivas instauradas como lenguaje institucional  donde quien falla o es débil, el público antes que apoyarlo, lo sume en un manto de burla y risa. Quienes trabajamos  clínicamente desde la intimidad de las historias de decenas de pacientes niños, jóvenes y adultos presos de la angustia frente a la agresión continua, somos espectadores de cómo algunas instituciones educativas buscan  únicamente y a toda costa fortalecer al débil para poder hacerle frente al mundo irremediablemente competitivo y aplastante que nos tocó vivir.  El matón permanece inerte en su capacidad seductora, destructiva, discriminatoria, opresora que no dista mucho del psicópata, si bien no lo será irremediablemente en el futuro de no recibir ayuda oportuna.  

En el saber común se tiende a pensar que el psicópata es ese personaje temible, asesino en serie y monstruo extraño que aparece de cuando en vez como portada de noticias de masacres y sangre.  Sin embargo, el psicópata como ese personaje encantador de serpientes, socialmente atractivo, aparentemente competente y adecuado, esconde dentro de sí la voracidad que le permite sobrevivir psicológicamente a través de dañar a otros.  Confundimos con frecuencia a los líderes poderosos y seductores con niños encerrados en una infancia carente de respeto, de afecto, de comprensión y apego. La sociedad  muchas veces respeta y venera a quien logra salirse con la suya, al que “se avispa” y puede enriquecerse a costa del dolor de otros.  El psicópata no es únicamente ese ser monstruoso de cine y fantasía, el psicópata es ese niño o niña que en su imposibilidad para generar vínculos amorosos en la vida adulta, encuentran en el matoneo su elixir de supervivencia emocional. Nuestra sociedad actual frente a tantas confrontaciones con la ilegalidad, la corrupción, la violencia, en ocasiones confunde aquello que debe ser legitimado, protegido y elogiado.  Quien toma audazmente ventaja de otro y logra sus objetivos, puede ser visto como un temerario aguerrido y astuto.  Sin embargo, la compasión y el respeto por el otro, son valores que a veces tienden a desparecer, y se hace presente entonces una pseudo-moral que apunta a  la expresión de lugares oscuros de la psique donde la capacidad de entrega, de cuidado y de protección han sido mutiladas desde muy temprano en la infancia.

Desde una perspectiva optimista de prevención,  muchos padres, educadores, profesionales en salud mental y la comunidad que acompaña a los niños en su desarrollo psicosocial, buscamos comprender las dinámicas emocionales tanto individuales como familiares y sociales que se esconden detrás de un fenómeno como el matoneo.  Este tipo de reflexiones han encaminado a muchas instituciones a recalcar como fundamentales los lineamientos en el ámbito del apoyo y la promoción del buen trato como ejes fundamentales de su filosofía institucional.  La experiencia en muchos casos ha sido de reducir sustancialmente los casos de matoneo y de instaurar institucionalmente y comunitariamente consciencia sobre éste. Sin embargo, dado que la génesis más profunda del matoneo está en el seno de la familia nuclear y de las primeras y más significativas y primitivas relaciones del niño, el apoyo y trabajo en primera infancia es aquél que nos dará luces para el análisis de las primeras coyunturas psicosociales que pudiesen generar la necesidad de agredir y hacer daño o de ser una víctima de ellos. Es en las primeras relaciones de apego donde el bebé y el niño experimentan la posibilidad de sentirse sólidos, seguros y capaces de cuidar por el otro y por sí mismo.  Por ello, cuando trabajamos con niños mayores o con adultos, estamos realmente mirando hacia atrás y acogiendo a un niño que necesita ser comprendido.  Antes de denunciar y castigar, es nuestra responsabilidad como adultos, no hacer silencio y en una actitud presencial y activa, comprender, acoger y acompañar.
(1)         Utilizo el pronombre masculino a través de esta artículo como un aspecto formal de la escritura, pero al     hacerlo hago referencia a ambos géneros, masculino, femenino como igualmente importantes y relevantes.

© María Carolina Sánchez Thorin
              Psicóloga Psicoterapeuta

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